El virus y el miedo. Primera parte

Por Carolina Verduzco Ríos

Para combatir la desinformación

Para combatir la falta de información y la desinformación, no son suficientes unos cuantos programas de calidad y las conferencias de prensa que conduce diariamente el subsecretario Hugo López-Gatell pues, a pesar de su extraordinaria capacidad de comunicación, es de suponerse que las conferencias diarias y las mañaneras son vistas por quienes ya estamos en confinamiento domiciliario y guardando las medidas de higiene recomendadas, por eso es necesario una campaña intensa en radio y TV con materiales amenos de diverso género (como tele y audio cuentos, historietas, etc.) destinadas a un público más amplio.
Es preciso que en ellos se expliquen los términos más frecuentes que se usan, pues no basta con dar información fidedigna, sino además se debe garantizar que lo que se dice sea comprendido por una audiencia que no está familiarizada con términos que se expresan.

¿Cuántas personas desconocen qué es ser un “portador asintomático”? ¿Cuántas personas saben que la mayor parte de quienes transmiten el coronavirus son precisamente estas personas que no tienen y posiblemente no van a tener síntomas? ¿Cuántas asocian el término “negativo” a lo malo y “positivo” a lo sano y sin problemas? ¿Cuántas suponen erróneamente que los que tienen uno o más factores de vulnerabilidad tienen una probabilidad muy grande de que si contrajeran el virus van a morir?

Se ha dicho que “el miedo va a causar más muertos que el coronavirus” y también que la debacle económica, producto de la pandemia tendrá efectos sociales comparables a la crisis de 1929 ¿por qué entonces no hay una producción de materiales agradables y didácticos para combatir el ambiente de pánico que prevalece en la sociedad?

Se nos dice que los más vulnerables somos los viejos, los hipertensos, los diabéticos, los que tenemos sobrepeso, los que tenemos padecimientos de vías respiratorias, cardiovasculares, renales, de inmunodepresión, de tabaquismo y otros, cuando la inmensa mayoría de los mexicanos somos gordos y viejos; hipertensos y diabéticos, además de fumadores, no hacemos ejercicio, etc.

Son muy pocos los que no son vulnerables, pero ¿cuántos tenemos 2, 3, 4, o más de los factores de vulnerabilidad a la vez? ¿Cómo podríamos estar tranquilos si, aunque uno no tuviera alguno de los factores, la mayoría de nuestros seres queridos tienen uno o más?

Hay muchísimas personas que se encuentran muy tensas y preocupadas por su propia vulnerabilidad o por la de algunos de sus seres cercanos y piensen que si se contagiaran, lo más probable sería que no la libraran. Eso no es así y es necesario explicar por qué.

Se puede encontrar la manera de que todos podamos entender la relación probabilidad-vulnerabilidad en dos perspectivas que no son contradictorias, pero que suelen confundir:

1.- Es más probable que el virus les cause más estragos e incluso la muerte a las personas de edad avanzada y con tales y cuales padecimientos (vulnerabilidades), que a las jóvenes sanas.

2.- Las personas de edad avanzada y/o con otros factores de vulnerabilidad tienen más probabilidad de vivir que de morir. Esta perspectiva no contradice la primera.

Urge una campaña que, de acuerdo con los mismos datos que se exhiben en las conferencias de prensa, nos muestren el tamaño del problema con materiales accesibles a todos, para que podamos darle significado a las cifras y obtengamos conclusiones correctas.

Desde luego hay que continuar informando de los centenares de mexicanos que ya han fallecido por el virus, y de los miles que previsiblemente vamos a tener, pero también hay que decir que no es verdad que se va a diezmar a la población (como muchos piensan y afirman) y que cuando esta contingencia haya pasado quizá alguno de nuestros familiares o nosotros mismos ya no estaremos. Ciertamente esta probabilidad existe, pero es muy baja.

No trata de minimizar la importancia de los lamentables fallecimientos, pero sí de vislumbrar que México seguirá luchando, con el dolor de la ausencia de los que –aún sin haberlos conocido– ya no estén entre nosotros.

Entender que ha prevalecido una perspectiva que es muy relativa y se ha minimizado la otra, pasa por demostrar tangiblemente que por ejemplo, si imagináramos escenarios excesivamente alarmantes, que no están a la vista, como sería que tuviéramos 100 mil personas fallecidas, por cada una de ellas habría 1,300 con vida.

Si fueran 50 mil fallecidas, por cada una de ellas habría 2,600 con vida
Si fueran 30 mil fallecidas, por cada una de ellas habría 4,333 con vida
Si fueran 20 mil fallecidas, por cada una de ellas habría 6,500 con vida
Si fueran 10 mil fallecidas, por cada una de ellas habría 13,600 con vida

Así pues, aún en el escenario más pesimista, la probabilidad es muy baja (algunas proyecciones estiman que serán cerca de 20 mil personas las que perderán la vida), tan baja como –valga el parangón– tener el número premiado en una rifa de 1,300 boletos

Claro que también hay que decir que a cualquiera nos puede tocar, que en principio, no hay quien esté exento, y que aunque no nos toque, hay que tratar de no transmitir el mal, porque de seguro que varios de nosotros, aunque no lo sepamos, somos portadores del virus y podemos contribuir a propagarlo, así que hay que seguir cuidándonos y procurando no llevarlo a otros.

No hay por qué suponer que si la gente comprende en su justa dimensión la probabilidad de contagio vaya a bajar la guardia y se vaya a salir sin ton ni son a hacer todo lo que le dé la gana, sin conciencia de que eso es lo que conduciría a acelerar los contagios sin dar tiempo de que se produzca “la inmunidad del rebaño”, y con ésta el fin de la epidemia

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